Hace cuanto no iba a comer comida de abuela…así que acepté la invitación. Como tal ya tenía asegurada las cantidades, se sabe que los excesos, las cantidades desmedidas, el no cálculo es casi matemática pura para casi todas las abuelas de alguna generación venida de otras tierras con hambre.
Chichina cuenta con 92 primaveras, a simples rasgos, no se le notan, a profundos sentimientos no me los iba a contar. Todo lo que dijo aquel primer encuentro es que estaba dispuesta a contarme todo, que sabía de mi curiosidad. Con mucha experiencia de vida, no ahondó en aquellos lugares a los que yo quería ir, de su vida y sus recuerdos y solo se remitió a llevar la conversación para todas sus anécdotas más divertidas y pintorescas.
Algo habló de cocina. Pero no tanto de cómo cocina o sus recetas, habló de la quinta, de aprender y de trabajar la tierra.
Aunque algo sabía yo de ella previamente por lo que una de sus nietas cuenta y hace saber, del primer encuentro me fui con una honda sensación de que esta mujer había nacido con el don de la voluntad y es que no sé si es un don, una virtud o un regalo de la vida.
Ella que cumplió con todos los mandatos habidos y por haber, incluyendo dejar su Tres Arroyos natal por Necochea para su vida de esposa, también supo lo que es que de un día para el otro la vida se meta en un bolsillo los “deber ser” que le había ido exigiendo con los años y la obligue a volver a empezar. Una rápida y repentina viudez con dos hijas y otra vez mudarse kilómetros y volver a hacer “migas” con la nueva ciudad.
Con la impunidad que le da la vida, quien siente que los años, después de tantos son más de regalo que de obligación me dijo muchas veces “no me siento de esta edad” y le dije ¿qué sería esta edad? Me hizo de comer albóndigas con arroz, en un día de verano donde 37° a la sombra eran la respuesta a todo: “hice lo que debía” y luego cuando “ya no debía, porque había cumplido con lo que los demás esperaban de mí” empecé a hacer lo que se me canta, como por ejemplo esta comida un día así…
El segundo encuentro, también coincidió con calor sofocante, pero esta vez ella me preguntó más a mí que yo a ella. Yo, que durante muchos años me había vanagloriado de mi fuerza de voluntad, comparándola con el tamaño de mis tetas y de esa forma dar precisiones de tal voluntad, arrastraba el olvido de esa metáfora de la que sentía convicción, respondí a sus consultas…intentando contagiarme de su voluntad para la vida, porque si bien sabía lo que era ese sentir, venía un poco golpeada…y a veces me olvido de lo que fuí…
Esta vez para acompañar el roce de los 40° hubo fideos con salsa…y que nadie me venga a discutir si es pesado o no, si el clima merecía otra cosa en el plato.
Quizá seamos nosotros los que le ponemos a la comida nuestros pesares. Quizá Chichina anda liviana por la vida y piensa sus comidas sin sumarles más que lo que son, alimento, reunión, charla, motivo y encuentro…y de verdad pase por esta vida con la risa intacta de los que ignoran aquello de no cuestionarse cada paso, cada giro, cada vuelta que les dio la vida no como destino sino como designio.
Larga Vida a Chichina (Delia Guiliani)
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