Qué grandioso el trabajo del arquitecto: su obra permanece tantas décadas, ahí firme, vos pasas y la vez…la remodelan, la pintan de otro color…pero ahí está.
Y ¿un maestro? su obra trasciende cuando esos nenes van repitiendo las vocales y después con un sonido monocorde leen sus primeras palabras sin sentido, hasta que la obra se completa cuando finalmente leen y escriben para siempre.
Y ¿nosotros los cocineros? ¿Qué hacemos? Nuestra obra se va a disolver en ese preciso y tan rápido instante en el que el plato viaja desde la cocina a la mesa. Para cuando el mozo apoyó el plato, el comensal se dejó seducir por el aroma, con los cubiertos en la mano y algún comentario del estilo “¡Ay! ¡Esto sí que debe estar bueno!” empezó a comer y para eso el tenedor y el cuchillo hicieron de las suyas. Minutos más, minutos menos…con mucha o poca conversación, el plato, si tuvo éxito exquisito pasará a estar limpio por un dedo y/o pedacito de pan. Y si no, las sobras serán la peor imagen de una naturaleza muerta no digna de ser copiada a mano alzada con carbonilla.
Por eso me aterra o mejor dicho, me mal predispone decorar las tortas…los platos y los postres. Pero para las tortas es más el rechazo. Pasa que se vuelven comentario y deseo de las fiestas. Todos están esperando el momento de la torta. Más que nunca pareciera que el camino que hace es larguísimo «como entrada de novia» y no sólo el chuchillo será como el asesino en vivo y en directo más venerado: si previamente hubo soplada de velita, la lluvia de saliva opaca todo tu esmero. Y esas otras velitas que clavan como si fueran puñales, donde vos cuidaste como colita de bebe que quede impecable, vino quien consideró que las velas iban a esa, la estocada final.
Todavía recuerdo los 80 años de mi nonno: hice una torta de 9 kilos; que era la bandera de Italia, con manga y punto Wilton, kilos y kilos de glasé en color blanco, verde y rojo. Con la boquilla haciendo todos los puntos uno igual que el otro, tratando de que queden parejos en tamaño y proporción. Para que el mozo le clave las 80 velitas bien ahí en el medio. Imposible para el Nonno soplarlas todas juntas. Todos los nietos fuimos a su encuentro a ayudarlo a apagar el incendio. En el video (casero de algún familiar al que le pediría que lo queme si está leyendo esto) se ve mi cara de decepción y mi brazo tratando de echar al mozo que muy cálidamente saca de a puñados las 80 velitas para que rápidamente se empiece a cortar y servir.
Sí esa no fue mi expresión más real de lo efímero que iba a ser mi vocación…qué me quedaba: escribirla.
Así es que entre tantas publicaciones que hay de reseñas, comentarios, críticas y espacios para hablar de comida y cocineros…las personas no identifican para nada al autor y pasan y pasan de un link al otro, sin más qué decir si no pasan por alguno que consiga descuento…
Hay un axioma que dice “las palabras no dichas a tiempo se vuelven secretos” y yo no tengo ningún secreto que ocultar. Lea BárbaraTotal.
Y después nos vamos a Primavera Trujillana
Primavera Trujillana es «la mesa obligada» si queres comida peruana. La relación precio / calidad / cantidad es ¡¡¡la mejor!!!
La atención, la variedad de la carta y el lugar: son muy esmerados y entonces todo se transmite, cuando ofrecés algo más que comida eso se nota y se valora.
11 de Septiembre 3625 Nuñez (CABA) preferentemente reserve al 4702-9716 / sólo aceptan efectivo / los días de semana al medio día ofrecen menú a precios MUY accesibles / OJO los sábados la cocina cierra 23.30hs y ya no podés pedir más.
Es una casa. Sus dueños están ahí ofreciendo mucho más que su sonrisa y calidez. Es una manera de amar su trabajo cuidarlo y estar atrás del detalle. Con su familiaridad en el trato y manejo del restaurante…cuando el plato se termina y esa cocina y comida se terminó, vuelvo a pensar en el arte de lo efímero. Y entiendo entonces, que lo que anduvo por el plato y ya no está tiene que tener otro valor agregado para permanecer en el sin sentido de su paso y eso será todo lo otro que rodea la mesa.