Ese vestido azul

Cuando vine a vivir esta casa, había dos vidas vividas que duelar (la de la nonna y el nonno) y con sus ausencias, no bastaba…estaban presentes en las mesas, sillas, ropa, libros, más cosas…y ESA cocina desde la que empecé a concretarme como autora.  Los tiempos de la cocina, las esperas de las tortas en el horno, o que el agua “llegue a punto de ebullición” para continuar con una receta, fueron los huecos poco típicos para una que escribía para publicar.

Desarmando la casa, muchas cosas se donaron, otras se eligieron entre la descendencia y otras no tuvieron explicación…o sí.  No la tuvieron en un primer momento, pero hoy, trece años después, más que explicación tuvieron un porqué.

La ropa, fue la peor parte.  Abriendo los cajones y sacando las perchas, en cada prenda estaba su historia: la blusa lila bordada que usó para el casamiento de Julieta, el trajecito marrón escocés que se ponía para ir a tomar el té con las migas en invierno y la pollera de jean que era lo más informal que tenía en ese placard por ejemplo, la Nonna.

Entonces encontré los vestidos de fiesta, que gracias a la vida tuvo muchas.  Hoy diría que el estilo es vintage, una moda de los 70’ y 80’ predominaba esos diseños, que hacía ella misma a mano dibujando con la tiza sobre la tela, algo que veía en una revista, algo que veía en un film y otro poco que incluía sus posibilidades. 

La Nonna hizo la escuela primaria, luego fué a aprender “corte y confección” a un convento que enseñaba el oficio.  Con esas herramientas bastó para que siempre se largara a hacer los vestidos de bautismo, comunión, novia, madrinas, tapados, para su familia y cualquiera que compraba un corte de tela y estaba perdido, la Nonna lo hacía ir a su casa y en la mesa del comedor (enorme para 12 personas) ponía todo el corte (cual mesa de corte en taller textil) y con la tiza (cual maestra) le marcaba todo según el molde para que vos te fueras a tu casa y cortes y cosas.

Y ahí estaba ESE vestido azul.  Se lo había hecho ella misma, a mano.  Es más, el diseño incluía ese escote pronunciado con un alamar a la base y dibujó en un papel el bordado que pidió en la mercería del barrio le hagan con diferentes tonos de celeste.

Como tantas prendas que encontré en esas veces, porque fueron varias, las que se precisa para desarmar una vida, ese vestido azul fue quedando ahí apartado.  No lo iba a donar, pero tampoco se me venía a la mente una situación en la que lo usara.  Por moda, por tamaño, por lo que sea…lo puse junto a otras prendas que quería conservar de recuerdo.

Y pasaron más de diez de años de ese tiempo.  Y un día tuve que pensar qué me iba a poner para ir a la ceremonia en la que el libro que había publicado podría ganar.  Y ese vestido respondía al porqué lo había conservado.  Me lo probé unas semanas antes, cuando ya tenía el pasaje con la ansiedad de que podía NO ganar.

Y dijeron el título del libro, mi nombre y ARGENTINA.  Caminé al escenario y ya todos veían a la argentina del vestido azul.  Mi discurso de agradecimiento resonó en el público, los que estaban en la misma que yo y los que no tanto pero saben de la realidad de las personas que estamos atrás de nuestro Ser artista y lo difícil que es desarrollarlo y desarrollarse.  La argentina del vestido azul se guardó la historia del vestido, que no era cualquier prenda para contarla en otro momento.  Hoy SÍ.

Bárbara

A la memoria de La Nonna, mi nonna, Inés María Riganti de Castano quien hoy cumpliría años.

PD: La ceremonia de entrega de premios era en Cascais y yo estaba en Santo Amaro (dos localidades de playa en la costa portuguesa separadas por un viaje en tren de aprox. 15’)  así que cuando salía del hotel, vestía de “entrega de premios” y calzaba zapatillas, un poco antes de entrar al centro de convenciones de Cascais me sentaba en la calle y cambiaba zapatillas por sandalia con taco.  Al finalizar cada día de los Gourmand Awards caminaba con esos vertiginosos tacos unos metros y me volvía cambiar por las zapatillas.

Link al video:

https://www.instagram.com/p/DL5_ZE3ssJz

Ese día, el de ese vestido azul, tuve la misma rutina, sólo que mientras esperaba el tren pedí a una señora que como yo esperaba en el andén, que me fotografiara y a mí me quedaría un recuerdo de la primera vez que me ponía el vestido y con semejante ilusión (¿sería la ganadora?) la señora era una turista sueca, que no hablaba inglés, menos español.  Que no me quedó claro porqué pero la foto fue lo suficientemente panorámica como para que se me vea en zapatillas, con ese vestido azul.

Esta historia está dedicada especialmente a Teresita Martínez que pacientemente revisó el vestido, sus costuras y su “haber estado guardado más de 50 años en un bolsa sin saber cuándo y para qué alguien lo volvería a usar” y a Pilar Pérez y Deby Szmuch con quienes compartí la intimidad de esta historia, ese vestido y ese respeto por la prenda.