Soy la que le tiene miedo al micro. La que desromantiza al cantar “Amanece en la ruta no me importa dónde estoy”
Soy la que el avión le sienta mejor, y no es sólo una cuestión de millas libres…
Es que la pandemia famosa, que pareciera le pasó a otro mundo…a mí me había hecho olvidar que el micro tenía sus idas y vueltas.
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Canta Suéter:
“A medida que aceleramos mis recuerdos se estremecen
Y en un soplo veo proyectado como un film toda mi vida
Ya no sé si el cielo está arriba, abajo o dentro de mí
Y aunque el paisaje sea tan extraño creo haber estado aquí»
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Llevo chipá y sandwichitos de la panadería que está cerca de mi trabajo, el termo, un libro…y apenas subo el micro para ir a Villa General Belgrano, pronto apagan la luz, la película es de terror: en todos los sentidos literarios que podría declarar, nadie la mira. Ojalá alguna vez alguien tenga la voluntad de bajar y hacerse las veces de crítico de cine y le avise a los choferes así nos sacamos esos trastes de encima…pero están todos en las pantallas de sus celulares…
Yo soy de las que mira por la ventanilla, llena de migas por haber comido al oscuro y me duermo con y por la panza llena.
En algún momento un nene, que iba asientos atrás mío, empieza a enumerar todo lo que va a hacer cuando llegue a la casa de sus abuelos, donde pasará las vacaciones. Su lista suena para mí como la alarma del despertador. Por la ventana ya es de día, vamos entre las sierras, pasamos por el embalse, el dique y pronto para mí llegará el valle. Empiezan las paradas y en todas las llegadas a la terminal hay alguien felíz esperando por otro/s.
Siempre sucumbo por perderme, pasarme o bajarme antes. En el micro quedamos tres, sí, si leíste hasta acá sabrás que exagero, pero no miento. A mí, me están esperando. La amiga, compañera y anfitriona por estos días, sabe de mi hedonismo como estilo, forma y propósito de vida. Después de los abrazos sentidos, nos dirigimos a la panadería, allí solo me entregaré a la confianza dada por tal…y vendrán a mí los criollitos de grasa, bizcochitos doble manteca y esas masitas de chocolate con dulce de arándanos, que se vuelven dato importante de compartir para mi reseña: esta, la que siempre estoy escribiendo.
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¿Miedo? ¿Eso qué era?
Lo olvidé en las vueltas que llegan…es que para cuando pasaron los días, después de cosechar lavanda, meterme en el río Los Reartes, caminar por Santa Rosa de Calamuchita entre sus calles, museos e iglesias, ser observadora del proceso de Analía que está en la víspera de su próxima muestra de arte, zambullirme en la pileta de su casa, salir y volver a zambullirme, tomar té, otra vez como camino que el Valle de Calamuchita se dispuso a hacerme de peregrina… y después de una ida inmejorable, me encomendé a los mejor sandwichitos para la vuelta (exagero, pero no miento…) con queso crema y ciboulette, mi anfitriona, hasta para la vuelta supo de mis exigencias gastronómicas y no falló.
La despedida tuvo lo suyo, ahora sí el verano tendrá que pasar para que Analía venga a Vicente López. Durante, casi la mitad de su vida supo ser su casa, hace más de una década que su casa está en el valle, pero también ha sabido hacerse de las amigas, los amores y su profesión allí…como dice ella “El arte nos convoca” y ella en la villa lo está haciendo, desde allí para todo el país. Hablamos mucho de emprender desde el arte, aunque nuestras disciplinas son distintas, es ella quien realizó para mi libro una obra en técnica mixta que ilustra uno de los capítulos. Nos sumamos y quizá de eso se trate también la amistad…después de la infancia, de la adolescencia y de la juventud…ahora también colaborarnos en nuestras formas de llevar adelante nuestro arte colaborativamente.
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Mi asiento era el mismo que a la ida. Sólo que esta vez, la película no la ví, me pasó. Y es que aunque siempre quise ser “Una chica Almodóvar” lo mío siempre es “fellinesco”
Pronto me afectó la altura y las vueltas que da entre pueblo y pueblo. Para ese momento, las caras de quienes estaban en las paradas no eran de alegría sino de melancolía porque despedían a quienes se iban después de sus vacaciones. Unos jóvenes sentados cerca de mí me contaron con detalle lo miedosos que estaban porque hacía pocos días había habido un accidente en esta ruta…también fueron los mismos que me dijeron varias veces: -¿Señora está bien? – cuando me descompuse. Sólo que llegó un momento donde no sabía si me sentía mal por el andar del micro, o porque no paraban de decirme “SEÑORA”
Algunas horas después, las sierras grandes, las sierras chicas, el valle, el dique y el embalse eran historia. Y…aunque me sentía mejor, descubrí que la luz que iluminaba mi asiento era la única prendida de todo el micro, estaba rota y no se podía apagar, yo también. Otra “Señora” me ayudó y a los cachetazos limpios lograba apagarla, pero se volvía a prender sola…
Una pareja que iba algunos asientos más adelantes, se ponía nerviosa con la alarma que sonaba en el micro, que avisaba el exceso de velocidad del chofer…varias veces bajaron a consultarle si estaba todo bien.
Sumaban pánico al de la otra chica…yo ya no tenía, ni pánico: tenía los sandwichitos especiales y exceso de luz. Ya estaba repuesta y creí que lo mejor sería comer algo…sólo que el sueño no llegó jamás…
Desde mi lugar quedé incluida en un triángulo conformado por tres roncadores. No eran un coro, lo hicieron a canon. Me ilusionaba que con el mal estado de la ruta, posiblemente un pozo, desnivel, algo…pudiera hacer un movimiento que haga cambiar el sentido de la respiración de estos tres vértices que me tenían encerrada entre sus respiraciones musicales. Nada daba la/mi suerte.
A las 5 am me entregué a la vida y me regalé el amanecer. Ya había pasado todo.
Horas después y ya en la terminal, recordé algo de eso que a veces le decimos “Juventud divino tesoro” donde por años iba a trabajar sin haber dormido.
Esta vez yo seguí derecho a mi oficina. Después de esta crónica de Ida(S) y Vuelta(S) y con todo eso por detrás, por delante me esperaba mi jornada laboral. Yo ya no estaba para seguir de gira…como había idealizado…en este circuito, yo me había convertido en Señora.
Continuará…
Bárbara
*Punto Sándwich en Av. J. Argentino Roca 574 Villa General Belgrano – Córdoba (son los mejores de toda la zona, grandes y gustosos. Hay en pan blanco y negro, tradiciones y perlitas como el que elegí yo: jamón cocido, lechuga y en vez de mayonesa, que no me gusta, queso crema con ciboulette: una hermosura) Preguntar por Juan su sandwichero amigo. No hay foto dada las circunstancias como relaté anteriormente
*De La Villa (es LA panadería de la villa, con sucursales en la zona) para quienes somos turistas, es imperdible los bizcochitos doble manteca y los de grasa, a prueba de mate y tereré…mi descubrimiento también tuvo que ver con las masitas con dulce de arándanos bañadas en chocolates (todo al peso, podes comprar la cantidad que quieras)
En este link van todas las sucursales para que encuentres la que te quede mejor https://panificaciondelavilla.com/contacto/